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13 agosto 2010 5 13 /08 /agosto /2010 23:56

40 multimillonarios en USA han anunciado su decisión de donar el 50% de sus inmensas fortunas, ya fuere en vida o de manera testamentaria. Generoso gesto. Recursos cuantiosísimos, casi inimaginables para quienes estamos tan lejos de ese privilegiado mundo y  que de seguro servirán para múltiples obras. No se necesitó usar mecanismos de obligación tributaria para forzarlos a tan altruista decisión, bastando que los poseedores de estas envidiables fortunas tomasen conciencia de su gran poderío económico y -sobre todo- de la futilidad de disponer de tan ingentes recursos si ya han asegurado con creces su propia supervivencia económica y la de varias generaciones de sus herederos. Y que les bastaría echar mano a una mínima parte de aquellos, para disfrutar todavía de una inconmensurable riqueza material.

El tema da para muchas reflexiones. Por ejemplo, para echar al vuelo la imaginación pensando en qué habríamos hecho si en nuestras manos estuviera el poder disponer de tantos bienes en esta tierra. Pero como ello constituiría una disquisición inútil, mejor hacerlo desviando nuestro pensamiento hacia otras situaciones ajenas a nosotros que sí podrían darse.

Examinemos algunas.

Imaginemos que alguno de estos millonarios, quisiese dar un paso más audaz que el ya adoptado. Supongamos por un momento que ya ha donado esa preciosa mitad para formar o financiar flamantes fundaciones, instituciones filantrópicas, asilos y orfanatos, centros de investigación, colegios, universidades, laboratorios, hospitales, clínicas, etc… Y que éstas pasarán entonces a administrarse bajo la tuición de terceros privados, que deberán optimizar su manejo, de manera que tan valiosos recursos no se dilapiden, procurando mantenerlos y ojalá acrecentarlos para perpetuar estas obras extendiendo su beneficio ojalá por varias generaciones.

Agreguemos algo más al escenario: Asumamos que con audacia infinita, este millonario filántropo decidiese invertir el otro 50% de su fortuna aún en sus manos, en la recompra de todas las instituciones donadas, adquiriendo entonces el derecho a administrarlas y manejarlas, manteniendo su finalidad última no lucrativa. Bajo tal escenario, seguramente planearía manejarlas con criterio marcadamente empresarial.

El dinero de esta compra pasaría entonces a ser el recurso equivalente a la donación primitiva y el filántropo se desprendería ahora de su segunda mitad a cambio de gobernar las instituciones que primitivamente había planeado solamente financiar. Su desafío será entonces no sólo el de supervivir a sus anchas con esta mitad, sino el de asumir el riesgo de hacerlas perdurar, crecer y desarrollarse bajo su tutela.

Será dable entonces prever que al influjo de la sabiduría económica del donante, a lo largo del tiempo estas instituciones en esencia no lucrativas tejerán una sólida red de apoyo mutuo, buscarán y podrán comercializar nuevos proyectos investigativos, impartirán buena docencia que cobrarán a quienes puedan pagarla, ahondarán en el empleo de la alta ciencia y la tecnología para mejor desarrollarse, canalizarán sus excedentes hacia inversiones altamente productivas, despertarán el interés de la comunidad por recurrir a sus servicios, multiplicarán sus esfuerzos para ser eficientes y rentables y volverán a acrecentar en alta medida sus patrimonios y por ende el de su propietario convertido en un gestor de sólo el 50% de lo que otrora tuviera. Bajo este escenario, sería también razonable pensar que las clínicas, hospitales, laboratorios, universidades, etc… despertarían en otros inversionistas interés por adquirirlas, capitalizarlas y seguirlas desarrollando, al haber tomado, al influjo de la administración del donante, gran preponderancia, solidez y valor económico  No sería excesivamente especulativo asumir que, otra vez,  el talento, el esfuerzo, la racionalidad, el saber –mucho más que el destino- han volcado la rueda de la fortuna hacia las manos del rico emprendedor, el que sin duda dispondrá de algo más que ese 50% con que ha partido luego de su primera generosa decisión. Quizás a poco recupere el 100% que antes tuviera, o aún más…

Bajo el mismo escenario e inspirados en la enseñanza bíblica de los talentos, supongamos que en paralelo otro rico donante decida disfrutar en vida de su restante mitad, apartándose por entero de la administración de lo donado que ya no le pertenece. Dependiendo de su horizonte de vida, será también probable que su dedicación a administrar lo que ha quedado en su poder, le procure también más beneficios y riqueza. El dinero trae dinero, dice el viejo adagio popular.

Pero pensemos también en lo que pueda suceder con las instituciones de cualquiera de estos donantes. Saliéndonos del primer escenario, supongamos que con la donación como estaría originalmente planteada, quedan las inversiones donadas en manos de diversos administradores, muchos de ellos  probablemente de gran voluntad y dotados de más de alguna aptitud para hacerlo. ¿Qué podrá suceder con ellas? Algunas se desarrollarán a cabalidad, otras se apartarán un tanto y serán menos eficientes y unas pocas serán francamente improductivas.  Quizás si varias deberán pasar a la larga a manos del Estado…  Adivinemos que podrá suceder con estas últimas. Dejemos a la voluntad del lector el imaginar su futuro y su devenir en el tiempo. Mantengámonos neutrales frente a este escenario que, en un principio al menos, parecería menos auspicioso, si las decisiones de los políticos fuesen las que le dieran el sello a su gestión.

El cruel capitalismo nos trae muchas lecciones. Pero la vida nos ha enseñado que nada podrá sustituir el talento emprendedor como contribuyente al desarrollo general. Quien posee buenas ideas y es capaz de ponerlas en marcha en beneficio de la comunidad, recibirá bajo este sistema  las más altas recompensas. La riqueza personal es para el capitalismo  la resultante lógica del éxito empresarial que promueve el desarrollo en todas sus dimensiones. En cambio, la idea de quitarle al rico  para darle al pobre tiene límites visibles y nunca representa la mejor fórmula para el crecimiento global.

El freno a la riqueza personal, bajo esquemas impositivos justos y bien concebidos, debiera garantizar que los recursos obtenidos por el Estado y generados por los contribuyentes, tengan siempre un buen destino y no sean depredados por el apetito político, el derroche, la ineficiencia y la burocracia.

Recursos ingentes en manos de un puñado pequeño de emprendedores exitosos pueden parecernos irritantes, insultantes y hasta obscenos para el resto de la sociedad. Pero, reconozcámoslo, aun aceptando que puedan subsistir en nuestras economías menos desarrolladas ventajas, privilegios y poder quizás si excesivo de parte de aquellos que concentran tanta riqueza, el talento emprendedor continuará siendo el motor más poderoso para el crecimiento. Una apropiada visión gubernamental, que promueva legislaciones modernas y controles regulatorios adecuados y perfeccionados, debiera impedir tales abusos o al menos atenuarlos. Pero siempre pareciera mejor el dejar a los emprendedores hacer su tarea, aprovechar sus dones, incentivar sus buenas ideas, exigiéndoles sí que cumplan las leyes laborales y por cierto aplicándoles fuertes tasas impositivas para que sean invertidas en buenos proyectos comunitarios. Así, probablemente su iniciativa de donar parte de sus fortunas al término de su ciclo de vida será una iniciativa que se repetirá más de una vez.

Ojalá que la generosa donación de estos 40 millonarios no caiga en manos ineptas o pase a engrosar meramente  los recursos estatales. En tal caso, nos parecería mejor para la sociedad toda, que las dichosas fortunas permaneciesen en manos de sus actuales poseedores. Ellos han sabido administrar esos recursos y probablemente a futuro podrían seguirlo haciendo. Y que el fisco se contentase en ese evento con el gran impuesto a la herencia que tarde o temprano recibiría bajo este primitivo escenario.    

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